[en el interior de un robot]
Algún día, criatura encantadora,
para ti seré sólo un recuerdo,
perdido allá, en tus ojos azules,
en la lejanía de tu memoria.
Marina Tsvetáieva
he vaciado un poco de tierra donde
confluyen espectros de luz nuclear
ahí despertará la golondrina de mi psique
y la tundra estará repleta de luces magenta
ascendiendo a los cielos
milagros circulares de otro mundo
que dispersan las nubes
quizás creando en otro punto del mapa
un campo de fuerza magnético
para Alia y su joven padre cubiertos
de nieve a las puertas de un monasterio
esperando su turno para entrar y beber un poco de agua
purificada por brotes microscópicos en la piedra
un rayo ilumina en milisegundos el panorama
yo recostada en las piernas de mi padre-robot
silencio articulado a 45 grados bajo cero
oraciones medidas fonema a fonema
perdidas en el tránsito de las imágenes
de mundo a mundo
nociones que pierden relevancia
la cabecita de mi psique asomada entre placas de acero
y tierra húmeda brilla más que el ámbar
en los jardines de Tsárkoie Seló
a las orillas del río de la muerte
suspendida entre invierno y primavera
bate por un momento sus alas y detiene el movimiento
rotatorio del continente
alrededor de nuestra presencia se pliegan
castillos de magma y pilares invisibles
que elevan hacia un espacio vacío
su cuerpo congelado
preservando sus últimas palabras
estalactitas en la punta de la lengua
una procesión fúnebre como jamás se ha visto
el Palacio de Invierno aparece como una miniatura
en el cráneo transparente de mi psique
un domo fractal de venas y conexiones nerviosas
los pasos que vamos dejando
impulsos precisos que elevan al pajarito
hasta llegar a mis manos
su cerebro divide la tierra en un gran terremoto
llueven escombros de San Petersburgo como granizos inmensos
mi cuerpo entero emplumado y bañado en ámbar
aún respira sobre un pedestal invisible
en la fortaleza de San Pedro