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desvelado, media hora antes que amanezca
dolores en la espalda y otros músculos impronunciables
intenta recordar la última picadura de abeja
el último zumbido que atraviesa su tinnitus
los choroyes le hablan tras la ventana:
llegaste a tierra firme, solo queda mirar el respiro del sol
y sentir cómo los plátanos orientales punzan las manos
tus células restantes hasta que la inercia cumpla su trabajo
la sangre ya empieza a roer tus huesos
el pecho se empieza a contraer de aburrimiento
observa sus nudillos
una nueva piel recubre el índice
palpa la cicatriz de la frente,
una pequeña curva antes de tocar el ojo
no recuerda si tuvo miedo esa vez
que el cerebro se desparramara
escapando por un orificio en el cráneo
si el choque con la madera, el concreto, los autos
hubieran dibujado el punto final
en un lienzo con el boceto apenas visible
qué pasará cruzando la frontera hacia sus abuelos
fotogramas psíquicos del momento a la hora del desayuno
el deseo repentino de imaginar una caída libre
algo que pueda levantarlo de la cama después de 3 años
imagina a sus viejas mascotas renaciendo del subsuelo
arañando la misma tierra que los cobijaba
cuidando que las palabras no le caigan al rostro
quizás es la edad, las cuerdas vocales tiemblan
como lo hicieron ayer, anteayer
meses atrás y quizás hasta un año
un chico se entrenza con el alisado de su pareja
acurrucados en una frazada aun con el calefactor prendido
le preguntan direcciones que nunca ha visitado
solo atina a murmurar sí en voz baja
perdió sus listas de compras, intenta anotar
nuevos objetivos que olvidará tan pronto desvíen la mirada:
evitar la mera descripción de los hechos y tener algo nuevo que contar
encarar más rostros porque los demás se han dispersado
hasta que los vuelva a encontrar décadas en el futuro
uno de ellos todavía recordará el nombre del otro
seguirán en direcciones opuestas
el smog tragará sus restos
y cuando el sacerdote toque sus párpados
seguirán flotando hasta la cordillera de la costa
agradece la cortesía
cae rendido